Hay gente que colecciona cromos, pins o tazas. Yo tengo una gran colección de calendarios. Casi 40. Seguro que piensas que no son tantos. Son calendarios especiales. Son calendarios de cada año que he ido trabajando y donde he ido poniendo al lado de cada día que pasaba un número. ¿Qué era eso? Pues concretamente los días que me faltaban para jubilarme. ¿Loco, friki o tarado? Me puedes llamar lo que quieras, pero tengo pruebas.
Nunca pensé que un calendario pudiera convertirse en mi compañero de batallas. Cada mañana, sonaba el despertador a las seis, yo me quería morir, y en ese momento marcaba una X roja sobre el día anterior. Puede sonar algo triste, pero eso se convirtió en mi mejor, y único, aliciente para tener que levantarme cada mañana.
Y así, uno tras otro, los días se iban pasando como ladrillos de una vida, esos ladrillos que luego tenía que colocar en la obra cada día con menos ganas. A final me di cuenta de que mi vida era madrugones, esfuerzo y sueños que nunca llegaban. Así que mi meta estaba clara: la jubilación. Puede sonar a muy largo plazo, pero cuando no tienes una cuenta corriente llena de ceros, es lo que te queda.
Al final, esos calendarios eran una metáfora. No era simplemente dejar de trabajar, era llegar, por fin, a esa vida que durante décadas había imaginado. Y por fin dejar de pensar en el despertador.
40 años en la obra
Por cierto, me presento soy Julián. Trabajé más de cuarenta años en la obra. Y la verdad es que con el único objetivo de ahorrar para poder comprarme una casa en la playa y allí pasar la jubilación. Solo necesitaba salud.
Sí, no pedía lujos, solo un lugar donde el tiempo pasara despacio, donde pudiera sentir que, por fin, todo había valido la pena. No era de esos que se iban de vacaciones todos los años, como ocurre ahora, yo lo que hice fue ahorrar todo para tenerlo al final. ¿Arriesgado? Sí, puede ser, pero en esta vida quien no arriesga no gana. ¿Es así, no?
Tengo que reconocer que el día que me jubilé fue un día extraño, como si de repente el mundo se abriera bajo mis pies. Me sentí libre y, al mismo tiempo, un poco perdido. Pero no tardé en reencontrarme: a los pocos meses, mi mujer, Teresa, y yo encontramos aquella casa en Alicante, el destino turístico favorito desde que fui un crío.
La estructura estaba vieja, las paredes descascaradas, y los azulejos parecían haber vivido más que nosotros. Pero en cuanto cruzamos la puerta, supe que ése era el lugar. La reforma fue intensa.
Recuerdo con cariño como los profesionales de Sinexiasc tiraron los tabiques, cambiaron tuberías, levantaros suelos….lo que viene a ser una reforma integral de la casa. Y sobre todo, tuvieron mucha paciencia por aguantarme a mí todos los días a su lado, es lo que tiene estar jubilado. Pero claro, venía de defecto profesional, eran tantos años en la obra, que no podía dejar de mirarlo. Sí, creo que en el fondo lo echaba un poco de menos.
Cuando terminaron, la casa era irreconocible. Aunque la joya de la corona es una terraza donde todos los días desayunamos viendo el mar. Lo siento por dar envidia, pero es así. Al final, esto era lo que habíamos soñado y es lo que habíamos conseguido.
Recuerdo muy bien el primer día que nos sentamos en la terraza, con una copa de vino. Nos miramos a los ojos, y yo creo que hasta nos salió una lágrima. No nos dijimos nada, pero con la mirada fue algo así como “lo conseguimos”.
Una rutina de oro
Y tengo que reconocer que hoy vida es pura rutina, pero una rutina de oro. Salgo temprano a caminar por la playa, a veces solo, a veces acompañado de Teresa. Disfrutamos de desayunos largos, de charlas de esas que siempre se quedaron en el tintero. Y ya no hablamos de trabajo, bueno sí, de lo mal que lo tienen los jóvenes de ahora, aunque es cierto que con un poco de esfuerzo lo tendrían más fácil.
Incluso yo he aprendido a cocinar platos que antes sólo probaba en restaurantes. Os recomiendo el pescado a la marinera que hago. Ahora me entretengo restaurando muebles antiguos que encuentro en mercadillos.
Cada noche, cuando me siento en mi querida terraza y contemplo el paisaje, pienso en todas esas X rojas en el calendario. Y sonrío. Porque cada una de ellas me llevó hasta aquí.